La villa de los Realejos, vivió el
miércoles –día 24 de julio de 1985- uno de los más grandes acontecimientos de
toda su historia. 114 años después de que Josep Cívico y Porto, alcalde por ese
entonces del Realejo Bajo, diera su conformidad para que la imagen de la virgen
del Carmen fuera llevada en procesión hasta el realejo alto, la patrona del
valle de la Orotava ha visitado al fin la parroquia de Santiago Apóstol, en
medio de una impresionante e indescriptible manifestación de fervor popular
como no se recuerda en esta villa norteña. Miles de personas aglomeradas en los
alrededores aclamaban sin cesar a la santísima peregrina, mientras lentamente
posesionaba, surcando un inmenso mar de gentes, hacia el interior de aquella
vieja parroquia histórica- la de Santiago- que llevaba más de cien años
esperando la visita de la reina de los mares y en ese momento todos los
Realejeros quedaron unidos a través de una inmensa devoción profesada a la
virgen.
Después de una solemne y multitudinaria
misa que presidió el canónigo Leopoldo morales armas, la virgen del Carmen
salió majestuosamente de su santuario, e inició la histórica procesión
acompañada de la hermandad, la cofradía, la banda “la filarmónica” y un cada
vez más caudaloso río de fieles. Eran las ocho en punto de la tarde.
La imagen fue despedida de San Agustín con
una suelta de una nube de palomas, que, por segundos apenas, a todos los ojos
hizo mirar hacia el cielo. La virgen dio sus primeros pasos y se detuvo de nuevo
para oír los hermosos cantos que desde un balcón le ofrecían. Y sobre veinte
hombros, comenzó a subir las calles empinadas que unen los dos Realejos, bajo
el repique cada vez más resistente de la pólvora que iba salpicando de ruidos
la tarde-noche Realejera.
A la altura del lugar conocido como Las
Cañitas, límite de la jurisdicción de las dos parroquias de la Villa, la virgen
fue recibida por el clero parroquial de Santiago Apóstol, entre el apoteósico
fervor jubiloso de la multitud que gritaba piropos y salves a la Patrona del
Valle. La gente casi se disputaba el privilegio de portar en sus hombros la
santísima imagen, aunque solo fuera unos metros. El repicar de las campanas
aumentaba todavía más delirio popular, trocado por momentos en sonoras salvas de
aplausos de fervor.
Después de dos horas, sobre las diez de la
noche, la virgen del Carmen, llegó a la plaza de Viera y Clavijo, donde una
ingente muchedumbre la aguardaba. Casi no podía avanzar entre aquella masa de
fieles que no paraba de aplaudirla, cantarla, gritarla, piropearla,
llorarle…amarla. Al cruzar el umbral de la parroquia de Santiago Apóstol, una
impresionante ovación llenó la noche. El cura párroco, Antonio Hernández
Oliva, devorado por la emoción de tan indescriptible momento, dio la bienvenida
a la virgen y la colocó en el altar mayor. El pueblo entonces desde dentro y
fuera del templo, siguió gritando y aplaudiendo.
EL DÍA, 26 de julio de 1985.