La silla está vacía. Sí, así será. Esta tarde podremos decir que la Santa Sede, que la Sede Pontificia está vacante. Nadie se sienta hoy en la silla de Pedro. Como el mismo Benedicto XVI nos dijo en su última catequesis, es una ocasión especial para percibir que, pese a la sede vacante, “(…) la Iglesia es de Cristo” y nada cambia en esta situación transitoria. La misión de la Iglesia, este cuerpo de Cristo que camina en la historia, sigue estando vigente, activa, plena, firme, clara, aunque la sede esté vacante.
De todos los nombres o títulos con los que se califica al Papa, al obispo de Roma, el que resulta más significativo es el que le define como “servus servorum Dei”, siervo de los siervos de Dios. El servidor de aquellos que sirven, el último de todos, el que está al final de la fila… El “(…) suelo que pisa la Iglesia”, como nos recordó el gran Juan Pablo II; la piedra sobre la que se edifica en la historia la misión de Jesús de salvación universal (Mt. 16).
¿Cuál es su servicio? ¿En qué debe servir a los siervos de Dios el Papa con su ministerio? Su principal servicio es el de la comunión. Servir a la unidad de la Iglesia confirmándonos en la fe a cuantos hemos decidido seguir a Cristo. La unidad: esa empresa permanentemente en construcción; esa realidad que vive tentada por el individualismo, el particularismo, los localismos y tantos “ismos” que han roto tantas veces la belleza del rostro histórico de Jesús. Pedro escuchó la última oración de Cristo: “Padre, que sean uno, como tú y yo somos uno” (Jn. 17) y, de los propios labios de Jesús “(…) confirma a tus hermanos en la fe” (Jn. 21). De eso se trata. Nada más y nada menos que de generar comunión en la Iglesia como fermento de la unidad del género humano. Nada más y nada menos. Nada más importante. Pues en una humanidad dividida por las guerras y discordias, la Iglesia debe ser fermento de unidad, concordia y paz.
¿Qué tal si a partir de esta tarde, mirando la silla vacía, nos comprometemos a construir juntos la paz?
*DIRECTOR DEL ISTIC